miércoles, 20 de mayo de 2009

En la helada y casi invisible Norinskaya, lejos de todos y de todo, un condenado Joseph Brodsky probablemente mira las estrellas. No sabe -y jamás se le ocurriría- que en esos momentos la noticia de su juicio es presentada a ma-
Brodsky en el norte de Rusia.
nera de dramatización por la BBC, publicada en numerosos periódicos y comentada por exclusivos círculos literarios alrededor del mundo. Por su cabeza nunca hubiera pasado la idea que, justo ahora, mientras sus cabellos rojos se llenan de nieve, 
Susan Sontag recorta un artículo llena de indignación y sorpresa.

Fue la periodista Frieda Vigdorova quien, mientras escuchaba el juicio contra el poeta, con trazos rápidos y precisos que sólo ese curioso arte que es la taquigrafía puede enseñar, clandestina y silenciosa, transmitió la noticia a Occidente:

Juez: ¿Cuál es entonces su profesión?

Brodsky: Soy poeta y traductor.

Juez: ¿Quién lo considera como poeta?, ¿Quién lo ha enlistado como tal?

Brodsky: Nadie. ¿Acaso alguien me ha enlistado en las filas de la humanidad?

Juez: ¿Ha estudiado usted para eso?

Brodsky: ¿Eso?

Juez: Para convertirse en poeta. Usted ni siquiera intentó terminar la escuela. Es allí donde enseñan y lo preparan para eso.

Brodsky: No creo que uno pueda adquirir esto en la escuela.

Juez: ¿Cómo entonces?

Brodsky: Yo creo que... viene de Dios.

...

Tal vez la mejor prueba de la existencia del Todopoderoso es la de que nunca sabemos cuándo vamos a morir. En otras palabras, si la vida hubiera sido una cuestión exclusivamente humana, al nacer nos entregarían un plazo, o una sentencia, donde se estipulara precisamente la duración de nuestra presencia aquí: como se hace en los campos de prisioneros. El que esto no acontezca insinúa que el asunto no es enteramente humano; que ahí interfiere algo de lo que no tenemos idea ni control alguno. Que hay una agencia no sujeta a nuestra cronología ni, si viene a cuento, a nuestro sentido de la virtud. De aquí todos esos intentos por anticipar o imaginar nuestro futuro, de ahí nuestra dependencia de médicos y de gitanas, que se intensifica cuando estamos en dificultades, y que es sólo un intento por domesticar -o por demonizar- lo divino. Lo mismo se aplica a nuestro sentimiento de la belleza, natural o hechura del hombre, ya que lo infinito sólo puede ser apreciado por lo finito.

Marca de agua. Joseph Brodsky.

1 comentario:

Carolina Andújar dijo...

Bonito. De cuando todavía había poesía buena...