viernes, 27 de febrero de 2009

La oscuridad es una ceguera, en la que, no obstante, se puede con dedos ciegos estrechar dedos de otros no menos ciegos, o bien caminar entre dos, solidarios en el recuerdo y en la nostalgia de la luz... En cambio la muerte no es oscuridad ni luz, sino sólo abolida memoria, aniquilación y ausencia total, incineración sin escorias supervivientes, donde todo lo que ha sido no sólo ya no es ni será, sino que es como si nunca hubiese sido...

Gesualdo Bufalino: Las Mentiras de la noche.

martes, 10 de febrero de 2009

9.
Podemos memorizar muchas cosas, imágenes, melodías, nociones, argumentaciones o poemas, pero hay dos cosas que no podemos memorizar: el dolor y el placer. Podemos a lo más tener el recuerdo de esas sensaciones, pero no las sensaciones del recuerdo. Si nos fuera posible revivir el placer que nos procuró una mujer o el dolor que nos causó una enfermedad, nuestra vida se volvería imposible. En el primer caso se convertiría en una repetición, en el segundo en una tortura. Como somos imperfectos, nuestra memoria es imperfecta y sólo nos restituye aquello que puede destruirnos.
Julio Ramón Ribeyro: Prosas Apátridas.

sábado, 7 de febrero de 2009

Arrecifes

El agua se hace pájaros
contra la piedra azul.

Gabriel Zaid en Seguimiento, FCE 1964. 

jueves, 5 de febrero de 2009

18 de marzo (1912). Era sabio, si se quiere, porque me sentía dispuesto a morir en cualquier momento, pero no porque hubiese cumplido todo lo que se me había ordenado, sino porque no había hecho nada de ello, ni tampoco podía esperar hacer nunca nada.

Franz Kafka: Diarios.

lunes, 2 de febrero de 2009

Ribeyro

Julio Ramón Ribeyro nace en 1929 y muere en 1994. Peruano, habitante de París, escritor de grandes cuentos como ese exacto retrato de los gamonales sudamericanos que es Silvio en El Rosedal, es un autor que sorprende y envicia.  Es lastimoso darse cuenta lo poco conocido que es Ribeyro y, -tanto o más que Onetti- el molesto rótulo de "autor de culto" con el que se sostiene entre las sombras. Ribeyro es grande y no necesita justificarse desde lo mítico de su fantasma. Recuerda a Rulfo y a Kafka, sus cuentos nos dejan esa misma sensación de angustia y desolación. Sus Cuentos Completos aparecen en Alfaguara, su diario, La tentación del fracaso, y esas breves anotaciones geniales llamadas Prosas Apátridas, últimamente en Seix Barral. El siguiente fragmento es del cuento Los cautivos escrito en París en 1971:

Nada es para mí más pavoroso que una fábrica. Yo las temo porque ellas me colman de ignorancia y de preguntas sin respuesta. A veces las observo interrogándome  por qué han sido construidas así y no de otra manera, por qué hay una chimenea aquí, una grúa allá, un puente levadizo, un riel, un aglomerado de tuberías, de poleas, de palancas y de implementos que se mueven. Es claro que todos esos artefactos han sido construidos en función de algo preciso, pensados, diseñados, programados. Pero a su vez, para construir esos artefactos ha sido sin duda necesario construir otros antes, pues nada sale de la nada. Cada máquina, por simple que sea, requiere la existencia de otra máquina anterior que la fabricó. De este modo, una fábrica es para mí el resultado de una infinidad de fábricas anteriores, cada herramienta de una herramienta precedente, quizás cada vez más pequeñas y simples, pero cuyo encadenamiento se remonta hasta los albores de la edad industrial, más allá aún, hasta el Renacimiento, y más lejos todavía, hasta la prehistoria, de modo que encontramos al final de esta pesquisa sólo una herramienta, no creada ni inventada, pero perfecta: la mano del hombre.