domingo, 17 de mayo de 2009

Cuenta Brodsky, que le contó un amigo suyo

Susan Sontag, conoció en 1976, en Nueva York, a Joseph Brodsky debido a su mutua editorial: Farrar, Straus & Giroux. Antes ya había escuchado de él: fue en la revista New York, en el artículo que describía su juicio ante las autoridades rusas, por allá a mediados de los sesenta. Cuenta la señora Sontag que justo después de leer el artículo lo recortó, dejándole una "gran impresión" sus sentenciosas respuestas.

Una tarde de noviembre de 1977, Joseph Brodsky recibiría una llamada en su hotel en Venecia. Era su amiga, la ensayista Susan Sontag, que le pedía un enorme favor: esa noche visitaría a Olga Rudge, la compañera por más de 40 años del fallecido Ezra Pound, una violinista que abandonó su posible exitosa carrera por dedicarse por completo al poeta y su obra -vale decir que vivió hasta los 101 años y reposa, junto a Pound, también en San Michele, "la isla de los muertos", en Venecia, ciudad en la que vivieron algún tiempo juntos y adonde ahora se dirigían algo nerviosos Sontag y Brodsky.

El encuentro, vale decir, fue desafortunado: un Brodsky poco atento y una Rudge fanática por defender las acusasiones de antisemitismo contra "su Ezra".

Brodsky, Sontag, Rudge.

Ahora sí, un fragmento de Marca de Agua:

Hace diecisiete años, vadeando sin meta un campo tras otro, un par de botas verdes de caucho me llevaron al umbral de un edificio rosado más bien pequeño. En la pared vi una placa donde decía que Antonio Vivaldi, nacido prematuramente, había sido bautizado en esa iglesia. En aquellos días yo era aún razonablemente pelirrojo; me puse sentimental por haber topado con el lugar de bautismo del "cura rojo", que tanta dicha me ha dado en tantas ocasiones y en tantas partes desamparadas del mundo. Y me pareció recordar que había sido Olga Rudge la que había organizado la primera settimana Vivaldi en esta ciudad. Se había efectuado, me contó alguien, en el palazzo de la condesa Polinac, y miss Rudge tocaba el violín. A medida que adelantaba la ejecución, notó por el rabillo del ojo que un caballero había entrado al salone y se había colocado junto a la puerta, ya que todas las sillas estaban ocupadas. La pieza era larga, y ella se sentía algo preocupada porque se estaba acercando a un pasaje en la que tendría que volver la página sin interrumpir la interpretación. El hombre en el rabillo del ojo empezó a moverse y no tardó en desaparecer de su campo de visión. El pasaje se iba acercando, y su nerviosismo también aumentaba. Entonces, exactamente en el punto en que debía volver la página, una mano emergió de la izquierda, se alargó hasta el pupitre y lentamente le dio vuelta a la hoja. Ella siguió tocando, y cuando concluyó el difícil pasaje volvió los ojos hacia la izquierda para expresar su gratitud. "Y así", le contó Olga Rudge a un amigo mío, " fue como conocí a Stravinsky."

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