martes, 22 de septiembre de 2009

Sólo me gusta jugar con las palabras, soñar despierto; pero ¿sabes lo que necesito en realidad? ¡Que se hundan todos! ¡Eso es! Necesito reposo. Con tal de que no me molesten, vendería el mundo entero por un kopek. Si tengo que elegir entre que el mundo se hunda o yo deje de tomar mi té, diré que se hunda el mundo, pero que el té no me falte nunca. ¿Sabías tú eso, o no lo sabías?
Bueno, pues yo sé que soy un miserable, un canalla, un egoísta y un vago. Me he pasado temblando de miedo estos tres días, pensando que ibas a venir. ¡Tampoco te perdonaré nunca mis lágrimas de hace un instante, que no pude contener, como si fuera una mujeruca avergonzada! ¡Y todo esto que ahora te confieso tampoco te lo perdonaré jamás!

Fedor Dostoievski: Memorias del subsuelo. Ed. Aguilar, 1956.

miércoles, 16 de septiembre de 2009


   Poema es la proyección de una idea en palabras a través de la emoción. La emoción no es la base de la poesía: es tan solamente el medio de que la idea se sirve para reducirse a palabras.

Fernando Pessoa: El regreso de los dioses. Seix Barral, trad. Ángel Crespo.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Siempre que pienso una cosa, la traiciono.
Sólo teniéndola ante mí debo pensar en ella.
No pensando, sino viendo.
No con el pensamiento, sino con los ojos.
Una cosa que es visible existe para verse,
y lo que existe para los ojos no tiene que existir para el pensamiento
sólo existe verdaderamente para el pensamiento y no para los ojos.

Miro, y las cosas existen.
Pienso y existo sólo yo.

[Fernando Pessoa:] Alberto Caerio, Poemas inconjuntos: Poesías Completas de Alberto Caeiro. Pretextos, 2000. Trad. Ángel Campos.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Y en efecto, Jakob Mendel no veía ni oía nada de lo que ocurría a su alrededor. Junto a él alborotaban y vociferaban los jugadores de billar, corrían los marcadores, repiqueteaba el teléfono. Barrían el suelo, encendían la estufa... Él no se enteraba de nada. En una ocasión, un carbón al rojo vivo cayó fuera de la estufa; y ya olía a chamuscado y humeaba el parqué a dos pasos de él, cuando, alertado por el tufo infernal, uno de los parroquianos se dio cuenta del peligro y a toda velocidad se abalanzó para extinguir la humareda. Pero él, Jakob Mendel, a tan sólo dos pulgadas de distancia y ya tiznado por el humo, no había notado nada, pues leía como otros rezan, como juegan los jugadores, tal y como los borrachos, aturdidos, se quedan con la mirada perdida en el vacío. Leía con un ensimismamiento tan impresionante que desde entonces cualquier otra persona a la que yo haya visto leyendo me ha parecido siempre un profano. En Jakob Mendel, aquel pequeño librero de viejo de Galitzia, contemplé por primera vez, siendo joven, el vasto misterio de la concentración absoluta, que hace tanto al artista como al erudito, al verdadero sabio como al loco de remate, esa trágica felicidad y desgracia de la obsesión completa.

Stefan Zweig: Mendel el de los libros. Edit. Acantilado, trad. Berta Vias Mahou.