miércoles, 8 de diciembre de 2010

Poética

La poesía no nace.
Está allí, al alcance
de toda boca
para ser doblada, repetida, citada
total y textualmente.
Usted, al despertarse esta mañana,
vio cosas, aquí y allá,
objetos, por ejemplo.
Sobre su mesa de luz
digamos que vio una lámpara,
una radio portátil, una taza azul.
Vio cada cosa solitaria
y vio su conjunto.
Todo eso ya tenía nombre.
Lo hubiera escrito así.
¿Necesitaba otro lenguaje,
otra mano, otro par de ojos, otra flauta?
No agregue. No distorsione.
No cambie
la música de lugar.
Poesía
es lo que se está viendo.

Joaquín Gianuzzi

martes, 31 de agosto de 2010

Lectura, vicio precoz: de niño, recogía los periódicos sucios de pescado que encontraba en la calle, los hacía secar, los leía de noche.

Gesualdo Bufalino, El malpensante.

domingo, 22 de agosto de 2010

Se contaba, pues, de un aventurero italiano, que seguía a las tropas de ocupación y se había hecho contratar como intérprete del árabe, sin conocer la lengua para nada. Cuando se capturaba a un presunto rebelde, se le sometía a interrogatorio: el oficial italiano formulaba la pregunta en italiano, el falso intérprete pronunciaba algunas frases en árabe de invención suya, el interrogado no entendía y respondía quién sabe qué (probablemente que no entendía nada); entonces el intérprete traducía al italiano a su antojo, qué sé yo, que el prisionero de negaba a contestar, o que confesaba todo, y el rebelde solía ser ahorcado. Me imagino que alguna vez el canalla actuaría de manera piadosa, poniendo en la boca de sus desventurados interlocutores frases que los salvaran. En cualquier caso, no sé cómo acabó la historia.

Umberto Eco: Decir casi lo mismo. Lumen.

domingo, 25 de julio de 2010

Las palabras

Las palabras son buenas. Las palabras son malas. Las palabras ofenden. Las palabras piden disculpa. Las palabras queman. Las palabras acarician. Las palabras son dadas, cambiadas, ofrecidas, vendidas e inventadas. Las palabras están ausentes. Algunas palabras nos absorben, no nos dejan: son como garrapatas, vienen en los libros, los periódicos, en los mensajes publicitarios, en los rótulos de las películas, en las cartas y en los carteles. Las palabras aconsejan, sugieren, insinúan, conminan, imponen, segregan, eliminan. Son melifluas o ácidas. El mundo gira sobre palabras lubrificadas con aceite de paciencia. Los cerebros están llenos de palabras que viven en paz y en armonía con sus contrarias y enemigas. Por eso la gente hace lo contrario de lo que piensa creyendo pensar lo que hace.

Hay muchas palabras.

Y están los discursos, que son palabras apoyadas unas en otras, en equilibrio inestable gracias a una sintaxis precaria hasta el broche final: “Gracias. He dicho”. Con discursos se conmemora, se inaugura, se abren y cierran sesiones, se lanzan cortinas de humo o se disponen colgaduras de terciopelo. Son brindis, oraciones, conferencias y coloquios. Por medio de los discursos se transmiten loores, agradecimientos, programas y fantasías. Y luego las palabras de los discursos aparecen puestas en papeles, pintadas en tinta de imprenta —y por esa vía entran en la inmortalidad del Verbo. Al lado de Sócrates, el presidente de la junta domina el discurso que abrió el grifo fontanero. Y fluyen las palabras, tan fluidas como el “precioso líquido”. Fluyen interminablemente, inundan el suelo, llegan hasta las rodillas, a la cintura, a los hombros, al cuello. Es el diluvio universal, un coro desarmado que brota de millares de bocas. La tierra sigue su camino envuelta en un clamor de locos, a gritos, a aullidos, envuelta también en un murmullo manso represado y conciliador. De todo hay en el orfeón: tenores y tenorinos, bajos cantantes, sopranos de do de pecho fácil, barítonos acolchados, contraltos de voz-sorpresa. En los intervalos se oye el punto. Y todo esto aturde a las estrellas y perturba las comunicaciones, como las tempestades solares.

Porque las palabras han dejado de comunicar. Cada palabra es dicha para que no se oiga otra. La palabra, hasta cuando no afirma, se afirma: la palabra es la hierba fresca y verde que cubre los dientes del pantano. La palabra no muestra. La palabra disfraza.

De ahí que resulte urgente mondar las palabras para que la siembra se convierta en cosecha. De ahí que las palabras sean instrumento de muerte o de salvación. De ahí que la palabra sólo valga lo que vale el silencio del acto.

Hay, también, el silencio. El silencio es, por definición, lo que no se oye. El silencio escucha, examina, observa, pesa y analiza. El silencio es fecundo. El silencio es la tierra negra y fértil, el humus del ser, la melodía callada bajo la luz solar. Caen sobre él las palabras. Todas las palabras. Las palabras buenas y las malas. El trigo y la cizaña. Pero sólo el trigo da pan.


José Saramago, en: De este mundo y del otro, Alfaguara.

domingo, 25 de abril de 2010

Cada lector se refleja en sus lecturas en dos sentidos. Primero, porque la elección de los títulos y el orden en el que se encuentran revelan la lógica y estética del lector. Segundo, porque las páginas obviamente leídas, marcadas con señales y observaciones, apuntan pasajes en los que ese lector ha sentido su propia voz, sus propias alegrías y temores, descubiertos y puestos en palabras. Una biblioteca (es decir, los libros que la componen) no es meramente un almacén o un depósito de volúmenes: es una criatura viva, cambiante, poderosa, nacida para dar sentido al mundo.

Alberto Manguel en ¿Por qué leer?, el prólogo a Libropesía y otras adicciones, Libros del silencio, 2009.

domingo, 11 de abril de 2010

En otros lugares es un libro de viajes imaginarios, un libro raro y muy especial. Las costumbres de los varios pueblos fantásticos que construye, aparecen como pequeñas consignas de un diario de viajes, como una serie de crónicas compuestas con inteligente ironía. No sé si Michaux cuando describe a "Gran Garabaña" se está burlando de los ingleses, o cuando habla de los "Omambuses" se está refiriendo a algún lugar en África. Este libro me recuerda Los viajes de Gulliver, Las ciudades invisibles. Por ahí está.

*
De pronto, sin motivo aparente, un emanglón se echa a llorar, bien porque ha visto temblar una hoja, o caer una mota de polvo, o es que la hoja caía en su memoria rozando varios recuerdos, lejanos, bien porque su destino de hombre, apareciéndosele, le hace sufrir.
Nadie le pide explicaciones. Todos comprenden y por simpatía le dejan solo para que se sienta cómodo.
Pero hay veces en que, poseídos por una especie de descristalización colectiva, un grupo de emanglones, por ejemplo en un café, se echa a llorar en silencio, los ojos se les quedan nublados por las lágrimas, sala y mesas desaparecen de su vista. La conversación queda en suspenso pues nadie puede concluirla. Todos están poseídos por una especie de deshielo interior, acompañado de escalofríos. Pero en paz. Porque lo que sienten es un desmoronamiento general del mundo sin límites y no el de su simple persona o el de su pasado, contra el que nada puede hacerse.
Entran, y a veces es bueno entrar así, en la Gran Corriente, la Corriente extensa y desoladora.
Así son los emanglones, no son intuitivos, pero su fondo es inestable.
Una vez pasado todo reanudan, aunque débilmente, sus conversaciones sin hacer nunca alusión a la invasión padecida.

Henri Michaux, En otros lugares. Alianza, traductor: Julia Escobar.

viernes, 9 de abril de 2010

A veces, a mediodía, se puede encontrar, en alguna de las calles de la capital, a un hombre encadenado, seguido de un escuadrón de guardias reales y que parece contento. Este hombre se dirige a la muerte. Acaba de «atentar contra la vida del Rey». No porque le disguste el Rey, en absoluto. Sólo lo ha hecho para adquirir el derecho a ser solemnemente ejecutado en un patio de palacio, ante la guardia real. Ni que decir tiene que el Rey no se entera de nada. Estas ejecuciones han dejado de interesarle hace ya mucho tiempo. Pero para la familia del reo es un gran honor y el propio condenado, tras una triste vida, posiblemente estropeada por su culpa, recibe al fin una satisfacción.
Cualquier adulto está autorizado a dar el espectáculo número 30 llamado «muerte recibida en un patio de Palacio» si con intención, confesada después espontáneamente, de que iba a «atentar contra la vida del Rey», ha conseguido franquear la gran verja del parque pequeño y una puerta de entrada. Como puede verse no es muy difícil y se ha querido dar así algunas satisfacciones precisamente a aquellos que habían tenido tan pocas en la vida.
Las auténticas dificultades habrían empezado a partir de la segunda puerta.

Henri Michaux: En otros lugares, Alianza, 1983. Trad. Julia Escobar.

lunes, 15 de marzo de 2010

El hombre se acuesta temprano. No puede conciliar el sueño. Da vueltas, como es lógico, en la cama. Se enreda entre las sábanas. Enciende un cigarrillo. Lee un poco. Vuelve a apagar la luz. Pero no puede dormir. A las tres de la madrugada se levanta. Despierta al amigo de al lado y le confía que no puede dormir. Le pide consejo. El amigo le aconseja que haga un pequeño paseo a fin de cansarse un poco. Que en seguida tome una taza de tilo y que apague la luz. Hace todo esto pero no logra dormir. Se vuelve a levantar. Esta vez acude al médico. Como siempre sucede, el médico habla mucho pero el hombre no se duerme. A las seis de la mañana carga un revólver y se levanta la tapa de los sesos. El hombre está muerto pero no ha podido quedarse dormido. El insomnio es una cosa muy persistente.

En el insomnio, Virgilio Piñera.
Hay tres cocineros en un hotel; el primero llama al segundo y le dice: "Atiéndeme ese huevo frito; debe ser así: no muy pasado, regular sal, sin vinagre"; pero a este segundo viene su mujer a decir que le han robado la cartera, por lo que se dirige al tercero: "Por favor, atiéndeme este huevo frito que me encargó Nicolás y debe ser así y así" y parte a ver cómo le habían robado a su mujer.
Como el primer cocinero no llega, el huevo está hecho y no se sabe a quién servirlo; se le encarga entonces al mensajero llevarlo al mozo que lo pidió, previa averiguación del caso; pero el mozo no aparece y el huevo en tanto se enfría y marchita. Después de molestar con preguntas a todos los clientes del hotel se da con el que había pedido el huevo frito. El cliente mira detenidamente, saborea, compara con sus recuerdos y dice que en su vida ha comido un huevo frito más delicioso, más perfectamente hecho.
Como el gran jefe de fiscalización de los procedimientos culinarios llega a saber todo lo que había pasado y conoce los encomios, resuelve: cambiar el nombre del hotel (pues el cliente se había retirado haciéndole gran propaganda) llamándolo Hotel de los 3 Cocineros y 1 Huevo Frito, y estatuye en las reglas culinarias que todo huevo frito debe ser en una tercera parte trabajado por un diferente cocinero.

Macedonio Fernández Tres cocineros y un huevo frito.

jueves, 18 de febrero de 2010

Leer mucho puede ser peligroso, y ser demasiado inteligente llevar a la infelicidad: Janko Tipsarevic, el "intelectual" del tenis y rival de España a partir del viernes en la Copa Davis, decidió frenar para no enloquecer.
"Me di cuenta de que estaba leyendo demasiado, comenzando a dudar de mí, de la vida, la profesión y el tenis. Paré un poco", admitió el serbio de 24 años durante una entrevista con la agencia DPA antes del duelo por primera ronda en Benidorm.