domingo, 8 de marzo de 2009

La vida está obligada a cederle todo a la escritura, a cederle especialmente ese indefinible e innombrable dejarse vivir que constituye el anónimo e indiferente secreto de nuestra existencia: pasear por las calles y mirar el arco de un zaguán, perderse en el color de una tarde, dormir. Esta vida indiferente e inalcanzable, que existe más en el río de las cosas que en los sentimientos y en los pensamientos, no se reconoce en las propias palabras o en los propios libros, sino sobre todo en los libros escritos por otros o en el arpegio de una guitarra. La escritura no salva la vida, aun cuando permite que algunos de sus instantes sobrevivan en las palabras, pues la vida no puede reconocer ni encontrar en ellas su propia verdad inmediata, inexpresable y fugitiva.

Claudio Magris: Borges o la revelación que tarda, en: Ítaca y más allá.

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