viernes, 13 de marzo de 2009

6 de Marzo

El ojo de L. (Inicial de Lola, diminutivo de Ilona, esposa de Márai) no mejora; ella vive a tropezones y yo ando a tropezones a su lado. Piensa mucho en su infancia, en Kassa, incluso sueña con los que se quedaron atrás. Hoy me ha hablado de Róza, nuestra vieja criada en Buda, que era una excelente cocinera, aunque con los años fue perdiendo vista. Un día que vino a comer un invitado cosquilloso nos sirvió una ensalada en la que se escondía un gusano. Cuando L. se lo advirtió, la vieja Róza le contestó avergonzada: «Entonces tendré que irme.» Y se marchó. Medio ciega y muy mayor, se fue al asilo. Éste es el tipo de recuerdos dolorosos que conlleva la vejez.

Sándor Márai: Diarios 1984-1989, Salamandra, 2009, Trad. Eva Cserhati y A.M. Fuentes Gaviño.

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