sábado, 17 de enero de 2009

Sobre los escritores

—Es usted madrugador, señor Spinell —dijo la señora Klöterjahn—. Casualmente le he visto ya dos o tres veces salir de la casa a las siete y media de la mañana.
—¿Yo, madrugador? ¡Oh!, no señora. La verdad es que si madrugo es precisamente porque soy un dormilón. 
—¡Esto tendrá que explicármelo, señor Spinell! 
También la señora Spatz quería que se lo explicara.
—Pues bien... yo creo que cuando se es madrugador, no hay necesidad de levantarse tan temprano. La conciencia, ¡señora...!, es muy serio esto de la conciencia. Yo y los de mi especie peleamos toda la vida con ella y tenemos que emplearnos a fondo para engañarla de vez en cuando y concederle pequeñas y astutas satisfacciones. Somos trastos inútiles, yo y los de mi calaña, y prescindiendo de las pocas buenas horas de nuestra vida, nos arrastramos, heridos y enfermos, conscientes de nuestra inutilidad. Odiamos lo útil, porque sabemos que es vulgar y feo, y defendemos esta verdad sólo como pueden defenderse las verdades indispensables. Y, sin embargo, estamos tan corroídos por la mala conciencia, que ya no queda en nosotros ni un solo punto sano. A esto hay que sumar nuestra manera de ser, nuestro concepto del mundo, nuestro modo de trabajar... todo de un efecto espantosamente malsano, minador, aniquilador, y esto agrava todavía más la cuestión. Ahora bien, existen pequeños calmantes sin los cuales no podría soportarse. Un poco de moderación y de austeridad higiénica en el modo de vivir es, por ejemplo, una necesidad para muchos de nosotros. Levantarse temprano, despiadadamente temprano, tomar un baño frío y dar un paseo por fuera, en la nieve... Esto hace que por lo menos durante una hora nos sintamos satisfechos de nosotros mismos. Si me dejara llevar de mí manera de ser, permanecería en la cama hasta la tarde, pueden creerlo. Si madrugo, en realidad no es más que por hipocresía.
Thomas Mann: Tristán

2 comentarios:

milserifas dijo...

Hace unos meses -hastiado del mundo de la oficina- empecé a trabajar en mi casa. Esto ha derivado en que-
al no lograr ser suficientemente hipócrita- cada vez me levanto más tarde y mis remordimientos se han recrudecido: me llaman de las empresas para las que trabajo y debo disfrazar la ronquera del recién levantado e incluso mentir descaradamente: "esta rinitis no me deja vivir". Qué vaina, ni una hora tengo para sentirme irreprochable. Y recuerdo un dicho que solía gritar mi abuelo: "Al hombre sin plata la cama lo mata; si tiene mujer, se acaba de joder", y esto me hace sonreír con una sonrisa -si es posible- histérica.
Disculpará el desmadre.
Un saludo

Tamaño Oficio dijo...

El "desmadre" no es otra cosa que una justa lucha por la intimidad y el refugio, estimado Milserifas. Lo entiendo y muchas veces una sonrisa -que, como hermosamente dice Marguerite Yourcenar, es una manera más tierna de llorar- sustituye una histeria.
Borges tiene un poema llamado El sueño:

EL SUEÑO

Si el sueño fuera (como dicen) una
tregua, un puro reposo de la mente,
¿por qué, si te despiertan bruscamente,
sientes que te han robado una fortuna?

¿Por qué es tan triste madrugar? La hora
nos despoja de un don inconcebible,
tan íntimo que sólo es traducible
en un sopor que la vigilia dora

de sueños, que bien pueden ser reflejos
truncos de los tesoros de la sombra,
de un orbe intemporal que no se nombra

y que el día deforma en sus espejos.
¿Quién serás esta noche en el oscuro
sueño, del otro lado de su muro?

Saludos, y de nuevo gracias por el ciclo Anderson Imbert