miércoles, 28 de enero de 2009

"Cuando veo hombres, veo hombres desgraciados», dijo el príncipe. «Son personas que arrastran por las calles su sufrimiento y convierten así el mundo en una comedia que, naturalmente, hace reír. En esa comedia todos padecen úlceras de naturaleza mental y física, y sienten placer por su enfermedad mortal. Cuando oyen su nombre -da lo mismo que la escena se desarrolle en Londres, en Bruselas o en Estiria- se asustan, pero intentan no mostrar su sobresalto. La verdadera comedia la ocultan todas esas personas en esa otra comedia que es el mundo. Cuando se creen inobservados, huyen siempre de sí mismos hacia sí mismos. Grotesco. Sin embargo, el lado más ridículo es siempre el de atrás. Dios habla a veces por su boca, pero utiliza las mismas palabras vulgares que ellos, las mismas frases torpes. Da lo mismo que un hombre tenga una enorme fábrica o una enorme explotación agrícola o una frase igualmente enorme de Pascal en la cabeza», dijo el príncipe. «La pobreza es lo que iguala a los hombres; todo, hasta la riqueza más grande, es en los hombres pobre. La pobreza es siempre, en el cuerpo y en la mente de los hombres, una pobreza corporal y una pobreza mental a la vez, lo que tiene que volverlos enfermos y locos. Escuche, doctor: durante toda mi vida no he visto más que enfermos y locos. A dondequiera que mire, sólo veo moribundos, seres a la deriva que miran hacia atrás. Los hombres no son más que una monstruosa comunidad de moribundos, cuyo número se eleva a millares de millones, repartidos por los cinco continentes. ¡Comedia!», dijo el príncipe. «Cada hombre que veo y cada hombre del que oigo algo, lo que sea, me prueban la absoluta inconsciencia de toda la especie, y que esa especie y la Naturaleza entera son un engaño. Comedia. Como se ha dicho tantas veces, el mundo es realmente un escenario en el que continuamente se ensaya."
Thomas Bernhard: Trastorno. Alfaguara, trad. Miguel Sáenz. Ilustración: El triunfo de la muerte (Fragmento), Pieter Brueghel, el viejo.

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