martes, 8 de diciembre de 2009

En la isla se cree que los ancianos se encarnan, al morir, en los nietos, razón por la que no pueden encontrarse los dos vivos al mismo tiempo. Como ocurre a pesar de todo algunas veces, cuando un anciano se encuentra con su nieto, antes de poder hablar con él, debe darle una moneda. En esa teoría de las reencarnaciones se ha fundado la lingüística histórica. La lengua es como es, porque acumula los residuos del pasado en cada generación y renueva el recuerdo de todas las lenguas muertas y de todas las lenguas perdidas y el que recibe esa herencia ya no puede olvidar el sentido que esas palabras tuvieron en los días de los antepasados. La explicación es simple pero no resuelve los problemas que plantea la realidad. 

Ricardo Piglia, La ciudad ausente. Sudamericana, 1993.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Entre amar a Laura e imaginar que la amo; entre imaginar que la amo menos y amarla menos, ¿qué dios notaría la diferencia? En el terreno de los sentimientos, lo real no se diferencia de lo imaginario. Y basta imaginar que uno ama para amar, del mismo modo que basta pensar que, cuando uno ama, imagina que ama, para inmediatamente amar un poco menos, incluso para distanciarse un poco de lo que uno ama...

Andre Gide: Los monederos falsos.

sábado, 5 de diciembre de 2009

-¿Conoce aquello de que mira usted bien una cara y le cambia la vida? -preguntó.

El saltador del muro, Peter Schneider. Anagrama, trad. Juan J. del Solar.

jueves, 3 de diciembre de 2009

El infinito

Siempre caro me fue este aislado cerro,
Y estos arbustos, que una buena parte
Impiden ver del último horizonte.
Mas, sentado y mirando, interminables
Espacios detrás de ellos, sobrehumanos
Silencios y una calma profundísima
Yo en el pensar me finjo; y casi, entonces,
Se espanta el corazón. Y cuando el viento
Escucho escuchar entre estas plantas,
El silencio infinito a la voz esta
Voy comparando. Y en lo eterno pienso,
En épocas ya muertas, y en la viva,
Presente, y su sonido. Así, en esta
Inmensidad se anega el pensar mío,
Y el naufragar en este mar me es dulce.

Giacomo Leopardi. Trad. Eloy Sánchez Rosillo.